10 nov 2025

La economía de la velocidad: digitalizarse o desaparecer

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Alberto Rosati
CEO de México
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La economía global se mueve hoy a una velocidad inédita. Lo que antes eran ciclos de innovación de años, hoy se mide en meses o incluso semanas. La velocidad ya no es un diferenciador competitivo: es una condición de supervivencia.

La banca digital lo ha demostrado. El cliente espera abrir una cuenta en minutos; si el proceso tarda días, buscará otra opción. El retail en línea vive la misma lógica: la experiencia de compra se define en segundos, y un clic adicional puede significar una venta perdida. En manufactura, la automatización permite rediseñar líneas de producción casi en tiempo real; quién no lo hace, se queda con inventarios obsoletos.

Incluso sectores tradicionalmente más estáticos están enfrentando esta presión. Pensemos en una empresa de transporte de carga: si tarda semanas en ajustar rutas por un alza repentina en combustibles, perderá contratos frente a un competidor que use análisis predictivo y algoritmos de optimización en cuestión de horas. Lo que antes era visto como innovación de vanguardia hoy es el estándar mínimo de competitividad.

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En México, el desafío que nos plantea la realidad empresarial es constante

Y no solo se trata de industrias tradicionales. Incluso las compañías de tecnología, que suelen marcar el paso, enfrentan el mismo dilema. Una plataforma de streaming, por ejemplo, que tarda demasiado en personalizar recomendaciones o en escalar su infraestructura cuando un contenido se vuelve viral, corre el riesgo de perder usuarios frente a un competidor más ágil. La paradoja es clara: en la economía de la velocidad, ni siquiera quienes nacieron digitales pueden confiarse.

No solo se trata de incorporar tecnología, sino de cambiar la manera en que pensamos las organizaciones. Metodologías como DevOps, plataformas low-code o la automatización son habilitadores de una cultura distinta: la de probar, ajustar y escalar con rapidez.

Las empresas que siguen operando con planes rígidos y horizontes largos enfrentan un riesgo claro: quedarse fuera del juego. La disrupción no se anuncia con tiempo; cuando llega, solo los ágiles sobreviven.

El dilema es directo: ¿queremos liderar el cambio o reaccionar tarde? En la economía de la velocidad no hay espacio para la indecisión. Digitalizarse no es una opción estratégica: es la línea que separa la relevancia de la obsolescencia.

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